Somos dioses, afrontémoslo.
¿Alguna vez os habéis parado a pensar en lo que vuestra vida ha llegado a influido en otras personas?
Cuando nacemos nos consideramos dioses, todo gira entorno a nosotros y todo lo que hacen debe tener como fin nuestra felicidad.
Esa sensación de divinidad va desapareciendo poco a poco, como si la madurez fuera aplastándola mientras llega. Este es el primer error que comete la gente que se considera infeliz. ¡Claro que somos uno más en todo este juego que se llama vida! Pero cada uno de nosotros hace el todo, y lo que a tu amigo le ha hecho ser quién es ha sido tu existencia, la de su madre, la de su abuelo, la de su mascota... Tú eliges de qué manera le influyes y, en cierta forma, le transfieres algo de personalidad.
Es innegable que nuestro yo, lo que realmente somos, viene determinado por nuestro entorno. No somos conscientes de en qué manera influimos en la vida de otras personas. Pero, piensa.
Piensa en ese amigo que te contó sus experiencias y aprendiste a sobrellevar un determinado tema.
Piensa en ese consejo que te dio tu padre cuando tu abuela falleció.
Piensa en aquella primera lágrima que tu madre no podía reprimir y en como te partió el corazón.
¿Por qué sentirse una persona vulgar cuando está claro que somos dioses de nuestro destino y del de los demás?
Cuando nacemos nos consideramos dioses, todo gira entorno a nosotros y todo lo que hacen debe tener como fin nuestra felicidad.
Esa sensación de divinidad va desapareciendo poco a poco, como si la madurez fuera aplastándola mientras llega. Este es el primer error que comete la gente que se considera infeliz. ¡Claro que somos uno más en todo este juego que se llama vida! Pero cada uno de nosotros hace el todo, y lo que a tu amigo le ha hecho ser quién es ha sido tu existencia, la de su madre, la de su abuelo, la de su mascota... Tú eliges de qué manera le influyes y, en cierta forma, le transfieres algo de personalidad.
Es innegable que nuestro yo, lo que realmente somos, viene determinado por nuestro entorno. No somos conscientes de en qué manera influimos en la vida de otras personas. Pero, piensa.
Piensa en ese amigo que te contó sus experiencias y aprendiste a sobrellevar un determinado tema.
Piensa en ese consejo que te dio tu padre cuando tu abuela falleció.
Piensa en aquella primera lágrima que tu madre no podía reprimir y en como te partió el corazón.
¿Por qué sentirse una persona vulgar cuando está claro que somos dioses de nuestro destino y del de los demás?