Confundir


Mañana gris, mente oscura. Así es como iban siendo cada uno de mis días en aquel hospital. No tenía nada por lo que seguir con vida. No quería volver a abrir los ojos nunca más.
Me encontraba en el hospital por su culpa, ella ni si quiera me lo ha agradecido, supongo que no ha tenido tiempo.
Pasó hace cinco años. Había quedado con Daniela. Seguramente nunca sintió ni sentiría lo mismo que yo por ella, pero el hombre se compone de ilusiones y yo por aquél entonces solo vivía de ellas, mi vida era un completa ruina. Sólo, en una casa que había visto como toda mi familia se iba descomponiendo. Mi madre me había abandonado sin dar ninguna explicación, siempre que la preguntaba decía que no podía estar eternamente atada a mí. Fue un mazazo colosal, siempre supe que molestaba, pero nunca creí que pudiera llegar a odiarme con aquella fuerza.
La tarde con Daniela haría que me olvidara por un momento de mis problemas y que soñara con una vida que estaba destinado a no tener.
Estuvimos dando una vuelta por el centro de la ciudad, ella me había dicho que le hacía falta ropa así que rompí el cerdo con lo poco que tenía ahorrado y decidí ir de compras con ellas. Quería crear la falsa ilusión de que conmigo su vida sería fabulosa, que no la faltaría nada, tendría todo lo que quisiera... Muy lejos de la puta realidad.
Gasté todo en ella, no me importaba lo más mínimo, por fin estábamos a solas.
-Jorge, me tengo que ir.
-¿Ya te vas? Podemos ir a tomar un helado o algo.
-Jorge, los dos sabemos que no te queda dinero.
-Trabajaré.
-Supongo, me voy, en serio. Hasta luego Jorge -Me dedicó una mirada de tristeza- Cuídate.
-Hasta luego, Daniela.

No quería su compasión, no quería la compasión de nadie. Eché a correr hacia mi casa. Sabía lo que allí me esperaba, la más absoluta soledad y frío, mucho frío. No podía hacer frente a las facturas, y mucho menos ahora que había gastado todo en ella. Me fui a mi cama y me arropé con una manta vieja. Mañana la volvería a ver.

Me desperté entusiasmado, me vestí rápidamente, cogí el abrigo y salí a la calle. Sabía que ella trabajaba en una empresa que estaba a tres paradas de mi casa. Bajé del autobús y la vi. Estaba preciosa, vestía la ropa que le compré ayer. Fue una buena inversión pensé. Me acerqué con una sonrisa de oreja a oreja, crucé la calle y cuando estuve a diez metros de ella, apareció un hombre, la cogió por la cintura y la besó.
Me quedé con cara de tonto. Me había utilizado, se había dado cuenta de que no podía darle la vida que ella se merecía.
Nada tenía sentido. Tenía que poner fin a esta pesadilla. Subí a la última planta del edificio y salté confundiéndome con el viento.

Por eso no hay nada que me ate ya a este mundo. Bueno, sí que hay una cosa, esta estúpida máquina de respiración artificial.

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Jorge Mateo. Con la tecnología de Blogger.
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