La última vez.

Los mosquitos se estaban poniendo las botas con mi agonizante cuerpo. Y allí estaba yo, moribundo en medio de la selva, con una pierna rota y una herida de bala en el pulmón. Seguramente los cocodrilos o lo que Dios quisiera que hubiese en aquella jungla no tardarían demasiado en descubrirme. Lo bueno de saber que vas a morir es que todo te da un poco igual. La verdad, me habría gustado elegir otro lecho donde pasar mis últimos minutos, pero los hechos así lo quisieron:

Ser un narcotraficante de poca monta nunca ha sido fácil, y si encima tienes mi especial atracción para que todo salga mal, ni te cuento. En realidad no era más que un peón de un pez más grande que yo, que a su vez tenía peces todavía mas grandes sobre él. La misma jerarquía de siempre, solo que ahora en versión ilegal.

Me habían encargado sobrevolar el charco que separaba mi país de Europa, entrando por España. Una vez allí, otros peones se encargarían del resto. El avión partiría de un remoto lugar de Sudamérica, e iría acompañado de un copiloto, supuestamente especializado en volar de noche. Con lo que yo no contaba era con que ese hijo de la grandísima puta fuese de la secreta. Me dí cuenta mientras pasábamos por encima del Amazonas. No sé por qué razón lo adiviné, supongo que una simple corazonada. Decidí que las toneladas de psicóticos y estupefacientes a bordo no se las pensaba regalar a la policía europea, así que solo se me ocurrió estrellar el avión. Yo y mis ideas.

Una gigantesca serpiente estaba deslizándose delante de mí, olisqueando mi podrida y destrozada pierna. No es la visión más agradable que se pueda pedir, pero es lo que había.

Cuando tuve la oportunidad, intenté golpearle y dejarle inconsciente, pero no es nada fácil que un yonky como yo consiga reducir a un agente de las fuerzas especiales. Por razones que desconozco, a mí no me habían dejado subir ningún arma a bordo, pero él tenía una pequeña sorpresita escondida. Yo acabé con un tiro en el pecho, y él intentando estabilizar la nave, que caía en picado contra la selva. Durante la pelea yo había golpeado los controles, y, obviamente, la cosa acabó con un avión estrellándose en medio del Amazonas.

Sin embargo, mi compañero había sido lo suficientemente útil como para forzar un bruto aterrizaje, en el que solo se mató él. Y sí, vale, a mí me dejó moribundo, en medio de la nada, y con una boa constrictor teniendo sueños húmedos enfrente. Pero por lo menos pude colocarme por última vez.

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Jorge Mateo. Con la tecnología de Blogger.
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