Utopía.

La ciudad en la que vivía era gigantesca, y podía funcionar perfectamente de forma autónoma. Casi parecía un Estado en miniatura. No recuerdo ni el país ni el continente donde estaba situada, a veces incluso dudo que estuviese en este planeta, porque por más que quiera regresar, no puedo, el resto de gente me lo impide. Crueles espectadores del sufrimiento ajeno.

Era un lugar excepcional, sin crimen, sin represiones y sin leyes. Los ciudadanos simplemente sabían lo que debían hacer y lo que no. No había ningún sistema encargado de velar por la seguridad de los barrios ni de los comercios. Era el propio pueblo quien se encargaba de mantener el orden público. Y todo a partir de la educación. Sí, en la educación está la clave, y allí lo sabían. La ética y el espíritu de justicia eran enseñados a los críos desde que cumplían los tres años, y la libertad de expresión no era un derecho, sino un dogma. A los que pensaban de forma diferente, no se les marginaba; se les intentaba comprender y se les rebatían los argumentos. Y si se veía que llevaban razón, no se ocultaba, en su lugar se llevaban a cambio las reformas correspondientes. Tampoco había cárceles, solo escuelas, y a los ladrones y asesinos no se les castigaba, se les ayudaba a comprender su error y a que viesen el camino adecuado. 

Los trabajadores no eran medios de producción, sino seres humanos. Y se les trataba como tal. No eran fábricas andantes, ni mulas de carga, y tampoco trabajaban para un patrón. Trabajaban para sentirse útiles y pos de ayudar a la ciudad a avanzar en todos sus aspectos. Al fin y al cabo, todos estábamos sumidos en el mismo barco.

El dinero no era visto como un objetivo que conseguir a toda costa, sino como un medio con el que costear determinados fines. La gente no consumía lo que podía, consumía lo que necesitaba. Nadie abusaba de la  gratitud de sus conciudadanos, y a cambio se respiraba una paz y una armonía inexistentes en el resto del planeta. Indescriptibles. 

Yo amaba mi ciudad, porque me sentía parte de ella, y porque participaba en ella. Todo el mundo me dice que ese lugar que siempre describo con tanta pasión no existe, y que me lo invento. Y que soy un soñador, y un mentiroso, y un idealista. Cada cual me llama según le han enseñado. Cada cual reproduce la ideología de la que se siente parte, sin darse cuenta de que hay muchas verdades diferentes, pero solo una realidad. De hecho, hasta yo mismo he empezado a pensar que ese sitio jamás fue real, y que vivo añorando épocas que nunca existieron.

CONVERSATION

4 comentarios:

  1. Es como volver a leer el libro de filosofia hecho cuento.
    ¿Por qué, Pablo, por qué? T__________T

    Es broma xDD Ai laik it sou mach, yu nou!

    ResponderEliminar
  2. Yia, ai nou ;)

    Es que Tomás Moro y Marx han marcado un antes y un después en mi día de hoy. xD

    ResponderEliminar
  3. Ah, no lo había pensado, pero si quieres, lo hago :D

    ResponderEliminar
  4. cuelgalo si :) que molaba un montón!

    ResponderEliminar

Jorge Mateo. Con la tecnología de Blogger.
Back
to top