No todo el mundo se fija, pero la primera señal de que una historia es buena es su primera frase, su primera palabra. Los escritores mediocres, aquellos que soñamos con conseguir la perfección, aquellos que soñamos con plasmar nuestros sentimientos en un papel de forma que más tarde que temprano alguien lo lea y se sienta identificado, necesitamos llamar la atención. Necesitamos que la mente del lector se sumerja en este caos, sin remedio, sin posible salvación.
Imaginemos por un momento que solo somos capítulos de un libro. Cada capítulo se centra en un personaje contando su historia, poderosos, mendigos, soldados, rebeldes, todos en el mismo tomo. Su historia depende de la mano por la que esté escrita, manos con un talento magistral que partiendo de la nada, sin un inicio impresionante, sin artificios, solamente armadas con la fuerza de la verdad, escriben las historias que llevan en sus venas. Increíbles historias que perduraran más allá de los tiempos, que forjaran leyendas recordadas por siempre.
En cambio el talento de mi escritor es más que dudoso, si me preguntan por el inicio de mi historia, sería algo que impactara, algo fuerte, algo como:
-Desdichado, un nuevo desdichado condenado a vagar eternamente en este valle de lágrimas que llamamos vida.
Ese es el principio, impactante, capta tu atención con promesas falsas sobre una dramática historia que te conmoverá el corazón. Pero la realidad es totalmente distinta, no soy más que otro más con unos deseos superiores a su talento, frustrado y con alma de poeta pero pluma y cerebro de un simple imbécil. Un ser condenado a fracasar en todo lo que emprenda y a ser recordado por un simple, “lo intentó”. Mi vida trascurrirá sin pena ni gloria, entre bastidores. Quizás eso sea lo peor, el ver a otras personas conseguir lo que desean, el sentirte capaz de ser ellos, esas falsas esperanzas que te provoca la visión del triunfo, que te impulsan a seguir adelante a pesar de los fallos, de los errores.
Yo personalmente tengo una esperanza, un oscuro deseo en mi corazón. Que la mano que escribe mi historia caiga fulminada y yazca sin vida en la mesa acompañada por el gotear de la tinta derramada. Quizás así alguien se compadezca de mí, relea mi historia sin terminar, sonría con compasión y recoja el tintero, moje la pluma reseca y continúe mi historia dándole un cambio brusco al argumento y concediéndome la ansiada libertad.
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Jorge Mateo. Con la tecnología de Blogger.
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Me ha gustado mucho el texto. El escritor de mi vida no se quien sera, pero no se lo ha currado mucho, tengo la tipica vida de una adolescente que se enamora como una tonta del malote del pueblo, en fin, nada original
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