Preciosa


La luna me lanzaba una mirada cómplice, era lógico que debía hacerlo, pero no sabía hasta que punto eso podría ayudarme.

Todavía era un adolescente cuando, por primera vez, la vi. Estaba preciosa, llevaba un vestido blanco, resplandeciente, a juego con su cara pálida pero con una jovialidad increíble. Tal vez por ese aspecto se hacía irresistible para el resto de la gente. No paraban de perseguirla, de acosarla diciendo cosas muy inapropiadas para lo que ella se merecía.
Un día decidí pasar a la acción, estaba harto de que nadie hiciera nada por aquella pobre chica, y que todo el mundo le tratara como un juguete.
Un chico, de nombre que no recuerdo, se le acercó con gesto amenazante. El cuerpo era desmesurado para su pequeña cabeza, y tenía unas orejas que, si en ese instante hubiese soplado el viento, estaría orbitando alrededor de la tierra.
-Eh, déjala en paz.
-¿Qué me vas a hacer si no lo hago? ¿Llorarás? ¿Irás a buscar a mami?

Le pegué un puñetazo. Fue una reacción extraña en mí, pero logré lo que quería, cayó redondo al suelo.
No sabía que hacer, todo me sobrepasaba. Miré a la chica y vi que lloraba. Me acerqué a ella. A cada paso que daba me ponía más nervioso. Ahora me abrazaría y me daría las gracias, pensé. Era un momento inmejorable para conocernos mejor y, tal vez, tener algo serio que durara años.
Las situaciones nunca se presentan como uno desea y esta ocasión no iba a ser diferente. En cuanto estuve a un metro de ella, reaccionó con una rapidez tigresa y me pegó un tortazo. No hacía falta hablar, saltaba a la vista que no le había hecho gracia que le defendiera de aquel personaje, así que decidí avisar al profesor de guardia y afrontar mi castigo.

El chico se recuperó muy pronto, solo tenía la nariz partida y una rabia contenida que, pronto, cuando creciera, canalizaría con vandalismo y violencia hacía unos padres que le habían dado todo. Obviamente esa responsabilidad no recaía al completo sobre mí, yo simplemente le hice sentir vulnerable por un momento.

Mientras tanto, no podía parar de pensar en qué había hecho mal, y porqué se había cabreado tanto, al fin y al cabo, y aunque utilicé un método un tanto ortodoxo, le había salvado.

A la semana siguiente conseguí reunir el valor suficiente para poder hablarle a la cara sin derrumbarme, esta vez no llevaba un vestido.
-Hola. No me eches aún, solo quería preguntarte si estás enfadada conmigo.
-Ah, eres tú... Sí, sí que lo estoy, y ahora si no te importa estoy leyendo.
-Espera, ¿me dejas que explique mi reacción?
-Inténtalo.
Le expliqué cada detalle, todo lo que sentía, la importencia al ver lo que otros hacían con ella y la indiferencia que mostraba frente a estos hechos. Paulatinamente, según iba transcurriendo mi historia ella asentía con la cabeza sin dejar de mirarme a los ojos fijamente, se mordía el labio inferior, un gesto que cada vez me parecía más irresistible. Vi que al acabar mi relato sus ojos tenían un color distinto, muy brillantes, relucientes.
-No te preocupes por mí, de todas formas tal vez merezca todo esto.
-No puedes estar hablando en serio, nadie se merece nada parecido.
-No lo entiendes, déjalo.
-Explícamelo.
-Ya te lo diré, algún día. Me tengo que ir.

Se fue corriendo. Me pareció ver como unas lágrimas asomaban por sus ojos como gotas avisando de una tormenta inminente. Debería seguirla, pero no tenía fuerzas, estaba agotado, la noche anterior no dormí nada, estaba inquieto por el devenir que me esperaba. Los nervios son como los enemigos, cuanto más lejos mejor, pero siempre está bien tenerlos para estar alerta.

Al día siguiente no apareció por el colegio. Pregunté a los profesores, y me dijeron que no podían decir nada. La situación no me gustaba lo más mínimo y todas mis previsiones eran malas. Cogí la bici y me embarqué en un viaje que ya no tendría regreso. Zigzaguee a través de las calles. Calles cuya gente descuidaba. Ningún escritor sería capaz de describir la sensación de abandono que emanaba aquella parte de la ciudad. Tal vez los lugareños tengan una vida tan deprimente que ni se den cuenta de lo que les rodea.

Por fin llegué a la casa, me quedé un tiempo, que a mí se me hizo eterno, esperando en la acera con la esperanza de no tener que llamar, que saldría ella sola al verme. Ni rastro de movimiento en la casa, así que decidí llamar e improvisar sobre la marcha el motivo de mi preocupación por su ausencia. No hizo falta ninguna escusa. Nadie abrió.
Cabreado decidí coger la bici e irme. Me agaché para recogerla y reparé en un periódico que yacía en el suelo. Allí estaba ella, una foto de frente, guapa, como siempre y debajo una frase que rezaba, "muerta en vida, más viva muerta". No tuve tiempo ni de cuestionar lo macabra que era esa descripción. Abandoné la bici y corrí sin destino fijo, golpeando a todo el que se cruzara en mi camino.

Desde entonces he tenido que rehacer mi vida. Es curioso como un amor que nunca llegó a cumplirse, ni si quiera a ponerse en proyecto por su parte, me pudo cambiar la vida hasta tal punto de no saber que hacer, de no tener un objetivo.

Ahora la luna sigue guiñándome un ojo y diciendo mientras calla que salte para poder ser libre y, quién sabe, tal vez reunirme con ella.


CONVERSATION

0 comentarios:

Publicar un comentario

Jorge Mateo. Con la tecnología de Blogger.
Back
to top