No voy a hablar de alcohol ni de música, sino de la otra cara de la fiesta. Me refiero a esos momentos en los que saludas a tus colegas, les sonríes y sabes que esa mirada de complicidad augura muchas risas. Me refiero a esos momentos en los que se producen interminables discusiones que parecen no llegar nunca a su fin, y que con toda probabilidad tendrán su continuación la próxima semana. Me refiero a esos momentos en los que entre caña y caña recuerdas aquellos viejos tiempos en los que tan solo eras un crío. Me refiero a esos momentos en los que se echa de menos a ese amigo que no ha podido salir, porque estaba castigado, o porque tenía que estudiar. Me refiero a esos momentos en los que el único enemigo que existe es el tiempo que resta antes de volver a casa. Me refiero a esos momentos en los que no puedes parar de reír. Me refiero a esos momentos en los que luchas contra melancolía y el rechazo, pero no luchas solo. Me refiero a esos momentos que recordarás cuando seas un viejo como la mejor etapa de tu vida.
No hay cerveza en la nevera, pero da igual, porque no hay mejor antidepresivo que los amigos.
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