Eran verdes.

Eran las ocho de la mañana cuando el agente de policía abandonó la casa. A pesar de que había escuchado y tomado apuntes con atención, no se había creído ni una sola palabra de todo la historia contada por aquel hombrecillo, que ahora se encontraba sentado en el sofá con una taza de café, pensando en todo lo que le había ocurrido en las últimas doce horas.

Había desaparecido. Sin rastro. La versión de los hechos que había ofrecido su mujer al agente de policía, era que había llegado extremadamente borracho a casa. La explicación del hombre, sin embargo, era que le habían abducido los extraterrestres. El olor a tequila y el inseguro tono de voz, mezclado con las tremendas lagunas que presentaba, no ayudaron nada a su credibilidad.

Pero no le importaba. Sabía que llevaba razón, y no porque un par de idiotas no le creyesen iba a dejar de ser cierto. Pero no podía demostrarlo. No había pruebas. No recordaba el lugar de su desaparición. No sabía nada, salvo que era verdad. Su impotencia y su rabia solo consiguieron que le encerrasen en un loquero hasta que volviese a presentar signos de cordura.

Durante meses, pensaba y repetía cada mínimo detalle que conseguía recordar. Al poco tiempo, su mujer dejó de ir a visitarle sin previo aviso. Pero a él ya no le importaba. Estaba absorto en su indescifrable tarea. Solo había una cosa que no le venía a la memoria. El aspecto de sus raptores. Se desquiciaba con ello. Pero un día todo cambió. Los médicos trajeron un nuevo paciente al pabellón donde se encontraba nuestro amigo, también por temas de abducciones. Cuando se enteró, insistió mucho en conocerle, hasta que por fin sus cuidadores le dejaron. El nuevo paciente era su mujer. Ella también los había visto. Eran verdes.

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Jorge Mateo. Con la tecnología de Blogger.
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