Otro punto de vista.


Me levanté y miré alrededor. Tanta belleza me sorprendió; "en nuestro mundo no hay cabida para tan sobrecogedor espectáculo" pensé. Una vez recuperado del shock del momento, decidí seguir el camino de hierba azulada que se extendía hasta el horizonte, donde un enorme Sol besaba aquello que parecía un palacio mil veces más bello que el Taj Mahal. Su sobrenatural esplendor fue lo que me incitó a dirigirme hacia allí. Mientras caminaba no podía parar de darle vueltas a la cabeza. ¿Cómo había llegado a aquel lugar?

Lo último que recordaba era estar en el baño de la discoteca de mi barrio con un par de amigos y la nariz posada en un trozo de cristal. No encontraba explicación posible a aquello, por lo que decidí dejarme llevar. Entre las macabras elucubraciones que se atropellaban en mi cabeza en mi camino hacia aquel monumental edificio, una figura se alzó ante mis ojos. Llevaba una cubierta fosforescente que envolvía una especie de humanoide. En vez de manos tenía unas placas metálicas que no paraban de chisporrotear y a su espalda un apéndice a forma de tercer pulmón, del que salía una especie de tubo contráctil. La criatura se dirigió hacia mi con paso firme. No sabía lo que pensar, porque la expresión de su cara denotaba amabilidad y firmeza, pero su diabólica estructura me aterraba. Algo hizo que me decantase por echar a correr: Sus terribles articulaciones se cirnieron sobre mi pecho traspasándome una corriente voltaica tan potente que parecía que un toro me hubiese embestido. No dude ni un instante y salí disparado como una bala sale de un revólver hacia aquel castillo que estaba cada vez más cercano.

Cuando quise darme cuenta había dejado atrás a aquel monstruo y estaba frente a las puertas de ese magnífico edificio, de donde, sin previo aviso, alguien salió a recibirme. Era mi abuelo, a quien no había visto en más de 3 años. Una inmensa alegría inundó mi ser y corrí a abrazarlo.

El también se alegró enormemente de verme, pero a la vez parecía muy triste. No le pregunté, porque siempre tuve un gran respeto hacia él. De su mano me guió hacia el interior del palacio, donde ya había una habitación preparada metódicamente para mi, con todas aquellas cosas que me gustaban y había querido siempre. Me sentí como si estuviese en el paraíso. Como si estuviese en casa.


Muy poca gente fue a mi entierro. Solo amigos y familares.

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Jorge Mateo. Con la tecnología de Blogger.
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