Subterráneo IV.

Me desperté con una extraña sensación de tranquilidad, justo antes de empezar a sentir el dolor. El suero ardía por mis venas, llegaba al corazón, y luego pasaba a las arterias. Mi cuerpo hervía. Literalmente. Todo daba vueltas en la oscuridad, y la fiebre estaría ya superando los cuarenta y pico grados. No podía sentir nada, solo órganos quemándose por dentro y esfínteres comprimiéndose y descomprimiéndose. Ni si quiera recuerdo si grité durante todo ese tiempo. Es más, ¿cuánto tiempo estuve así?¿Horas?¿Semanas?¿Quizá minutos? Mi memoria ha preferido dejar esos momentos a un lado.

Cuando Marilyn volvió a la despensa, yo no era más que un matojo de pus y cadenas de ADN recombinándose en tiempo real. No podía hablar, ni moverme, y no lo intenté, pero seguro que tampoco habría podido abrir los ojos. Pero sí que pude sentir la aguja clavándose en algún sitio de mi piel y extrayendo mi nueva sangre.

Durante los días siguientes, Marilyn me cambió varias veces el suero, y cuando no estaba gritando o vomitando sangre, aprovechaba para contarme sus avances. Y así, hasta que por fin llegó el momento. Al principio, no noté que me estaba quitando las correas que amarraban mi cuerpo a aquella apestosa camilla, pero así era. Me estaba liberando. "Se habrá cansado de jugar a ser Dios conmigo" pensé. ¡Qué impetuoso y optimista! La única razón por la que estaba haciéndolo, era que quería verme en movimiento, para saber si el suero estaba dando los resultados apropiados.

Hasta ese instante, no me había atrevido a mirar mi cuerpo, porque sabía que panorama me esperaba. Pero la curiosidad mató al gato, dicen, y la verdad, ojalá hubiese sido la muerte mi destino. Mi piel había dejado su habitual color bronceado por una especie de gris radiactivo, formando pequeños bultos y escamas en el abdomen. Del pecho y las piernas, habían empezado a brotar unas pequeñas plumas, formando costra alrededor de las mismas. Además, había crecido considerablemente, pero en una postura extraña, y notaba cómo toda mi columna vertebral hacía un movimiento en forma de S. Mis brazos estaban adaptándose a un segundo codo en cada uno, haciendo que se mostrasen en una posición antinatural y absolutamente desagradable. Menos mal que no había espejos y no me pude ver la cara.

"Por lo menos, no te ha dolido demasiado" fue su única respuesta al ver cómo lloraba desconsolado por haber sido transformado en un monstruo. Cuando pisé por primera vez y descargué todo mi peso sobre mis enclenques y deformadas piernas, noté que el suelo estaba caliente. Ardía. Esa maldita despensa estaba situada sobre un horno crematorio, o sobre un cementerio de residuos nucleares. O ambas cosas.

CONVERSATION

0 comentarios:

Publicar un comentario

Jorge Mateo. Con la tecnología de Blogger.
Back
to top